domingo, 30 de diciembre de 2012

El retrato de la esencia y el alma de una ciudad en la mujer cordobesa



   Dejas atrás la Mezquita y caminas por la ribera, junto a un río milenario lleno de historia. Paseas por el barrio antiguo, la judería, observando cada uno de los detalles, de calles llenas de encanto y embrujo, y de pronto, casi sin darte cuenta, tropiezas con ese lugar junto al Guadalquivir, la Plaza del Potro. Llegas a la fuente, te asomas a su interior, y ves en el agua el reflejo de un edificio del siglo XV, rico por sí mismo y rico por lo que contiene y significa. El museo de Julio Romero de Torres, pintor de la mujer morena. Allí se encuentra el grueso de su obra, un amplio repertorio de cuadros que fueron donados por su familia tras la muerte del pintor para que la gente pudiera verlos y deleitarse con semejante creación.

   Este museo fue inagurado como tal el 23 de noviembre de 1931 por el que fuera presidente de la II República española, Niceto Alcalá-Zamora.

   Entras, y una vez cruzado ese escalón percibes una sensación de que lo que hay a tu alrededor es la tradición unida a la celebridad. Puedes contemplar el esplendor, la viveza y la naturalidad de los patios de esa edificación que fue el antiguo Hospital de la Caridad patrocinado por los Reyes Católicos a finales del siglo XV y atendido por la orden franciscana. Un frescor inunda el ser cuando respiras el aire que se cuela a través de los pasillos y la escalera, todo ello mezclado con el aroma de la vegetación del patio y el sonido del correr del agua clara por las fuentes.

   Subes, por unas escaleras de mármol, magníficas y firmes, pero suaves en sus formas, como el resto del inmueble convertido en museo. Al entrar en una de sus salas percibes cómo predomina la armonía entre sus obras y sus blancas paredes, dejándote llevar de sala en sala, predominando la solemnidad en esos muros rebosantes de arte.

   Pero lo más sensacional llega cuando ves y observas las obras, preciosas y conmovedoras pinturas al lienzo donde su autor consiguió dejar plasmada la esencia de Córdoba en la forma concreta de la mujer. Sobrecogedoras y penetrantes miradas, junto con morenos cabellos y sencillos adornos y atuendos es lo que predomina, y lo que únicamente necesitó Julio Romero de Torres para inmortalizar la belleza de la mujer cordobesa.

   Mª Teresa López es el nombre de su mayor musa, la tan conocida como “La chiquita piconera” y a la que inmortalizó en sus cuadros este pintor. Ella fue la mujer en la que más se inspiró y la que decidió pintar de tal manera que se resumiera la concepción que el artista tenía de la pintura. A esa muchacha de entonces 14 años, la mujer que con el correr del tiempo se convertiría en la morena de la copla y en el rostro de los billetes de 100 pesetas. Tuvo que sufrir que su historia se mezclara con la del cuadro, de tal manera que desbarató su propia vida en el momento que decidió descubrirse el hombro y las piernas y se inclinó de modo sugerente y sensual sobre un brasero de picón para formar la obra maestra de este autor.

   Los inicios de Julio Romero de Torres transcurrieron de la mano de su padre, quien lo impulsó al mundo de la pintura, al igual que dos de sus ocho hermanos. Fue esencialmente retratista, llevando a sus lienzos el desnudo femenino, protagonista de una serie de obras en las que el pintor despliega su imaginación para desarrollar argumentos basados en el principal soporte escénico de su producción: La mujer. Pero en su obra hay aún más contenidos como son la cartelería francesa con influencias modernistas y con los aires de su tierra, también en Córdoba pinta los carteles de la Feria del ganado de 1897 y Ferias y Fiestas de 1902 y los de la Feria de Nuestra Señora de la Salud de los años de 1905, 1912, 1913 y 1916. Asimismo compone obras ambientadas en su escenario vivencial. El flamenco es convertido en protagonista de sus cuadros en diversas ocasiones. Destaca igualmente su obra más mística, creando una simbiosis entre religiosidad y paganismo con influencia barroca.

   Este genio de la acuarela se vale de otras influencias para dar a su arte un estilo propio y peculiar, dando lugar así a un halo de misterio en sus lienzos, que son como ventanas abiertas al mundo de los sentidos. Y es que más allá de su depurada técnica, del uso magistral de luces y sombras, del juego exquisito entre realidad y fantasía, cada uno de sus cuadros es una historia vivida, una historia contada por las manos de quien navegaba por la mente y sentimientos de sus modelos hasta llegar a lo más profundo de su alma. Y también al alma de la España de su tiempo porque Julio Romero de Torres supo reflejar su momento histórico mezclando, con inigualable sutileza, los elementos propios de la sociedad y el pensamiento de su época. Por razones como ésta, este maestro ha sido elevado a la categoría de mito y se encuentra ya fuera de la realidad y de cualquier objeto de crítica.

   Se puede decir pues, que su obra pictórica es considerada un documento de excepcional importancia para acercarnos a la figura más significativa de la pintura cordobesa de todos los tiempos.

   La ciudad de Córdoba, donde el pintor nació, ha influido mucho en la creación de sus cuadros, tanto que puede observarse en ellos paisajes de esta ciudad califa, de la que el pintor estaba enamorado. Y así lo reflejó a lo largo de su obra.

   Con un sutil pero fuerte simbolismo, Julio Romero de Torres encarna la ciudad cordobesa en el cuerpo de la mujer de su tierra, dejando ver numerosos paralelismos entre ambas, como son su toque árabe y judío con aire de serranía o el cálido clima de Córdoba, que hace elogio al temperamento que estos cuadros dejan ver de sus modelos. Como muchos opinan, Córdoba es una ciudad monumental, y la mujer cordobesa en sí también lo es, enamorando y hechizando a sus visitantes, y recibiendo ambas el singular alago de “reina mora”.

   En Julio Romero de Torres, ambos, ciudad y hombre, vienen a confluir en un mismo punto: siendo tan fuerte esta fusión que no se comprenden ya el uno sin el otro.

   Así, en la mente y el corazón de este pintor cordobés, ciudad y mujer se unen en una perfecta simbiosis creando una sola musa para dar lugar a la más bonita de todas las mujeres.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

El derecho a morir dignamente



François Hollande planteará el próximo mes de junio en el Parlamento francés el tema de la eutanasia como primer paso para afrontar una ley sobre el tema de morir con dignidad.  Según un estudio que encargó hace seis meses al profesor Didier Sicard sobre “el final de la vida” el 56% de los franceses desea recibir “ayuda médica para morir mejor”.  Por lo que según este informe en Francia es necesaria una ley que permita a los enfermos terminales  a recibir asistencia médica que les ayude a terminar su vida con dignidad.

Los avances médicos y científicos hacen que la vida humana sea prolongable hasta límites insospechados hace unas décadas, el problema llega cuando en ocasiones la calidad de vida es tan ínfima que llega la hora de plantearse la cuestión de si merece la pena continuar pasándolo mal.

En España aún no hay una regulación o una legislación específica que contemple el tema de la eutanasia. En el único lugar en el que se hace referencia a este tipo de elección es en el Código Penal, que hace referencia a una sanción punible que se refleja en el artículo 143 del Código Penal que se transcribe a continuación:


Artículo 143:

1. El que induzca al suicidio de otro será castigado con la pena de prisión de cuatro a ocho años.
2. Se impondrá la pena de prisión de dos a cinco años al que coopere con actos necesarios al suicidio de una persona.
3. Será castigado con la pena de prisión de seis a diez años si la cooperación llegara hasta el punto de ejecutar la muerte.
4. El que causare o cooperare activamente con actos necesarios y directos a la muerte de otro, por la petición expresa, seria e inequívoca de éste, en el caso de que la víctima sufriera una enfermedad grave que conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar, será castigado con la pena inferior en uno o dos grados a las señaladas en los números 2 y 3 de este artículo.


Como se puede observar, ayudar a una persona que no puede seguir soportando el sufrimiento de su enfermedad a terminar con el padecimiento puede llegar a costar una pena privativa de libertad. Por lo que los enfermos, según este artículo en el Código Penal, deben soportar el sufrimiento hasta que su cuerpo físicamente no aguante más y las familias y seres cercanos del paciente tienen que ver cómo una persona que no quiere seguir viviendo en esas condiciones no le queda más remedio que esperar ansiosa y resignadamente el momento en el que la vida se le escape de las manos. Precisamente por eso, han sido personas ajenas a la Medicina las que se han posicionado en contra de los casos en los que la tecnología médica y los avances obliguen a una persona a librar una horrible batalla contra la muerte en circunstancias inhumanas. Personas que han llegado a un avance enorme de una determinada enfermedad, que se sabe que no van a poder recuperarse, son sometidos a procesos mecánicos que no aumentan su nivel de vida pero sí prolongan su agonía.

La vida es algo personal e intransferible, por lo que la muerte también debe serlo. Por lo que una persona debe poder elegir sobre su muerte cuando no le queden esperanzas y no pueda tener una mínima calidad de vida. Esto es algo que no sólo le afecta al enfermo, sino también a los familiares que sufren y padecen cada una de las recaídas y avances en la enfermedad que el paciente tiene que lidiar. Es tan duro psicológicamente para los enfermos verse como un cargo, como para las personas cercanas ver que esa persona se va consumiendo poco a poco con la certeza de que ya no podrá salir hacia delante.

Por eso, como bien ha dicho el profesor Sicard “la muerte es el momento de la vida en que la autonomía de la persona debe ser más respetada”.


martes, 11 de diciembre de 2012

Enseñanza, la asignatura pendiente



El Ministerio de Educación, Cultura y Deporte ha dado a conocer hoy un estudio del IEA (International Association for the Evaluation of Educational Achievement) que muestra que los alumnos españoles con una de edad de nueve años (es decir, en cuarto curso de primaria) están por debajo de la media de la Unión Europea y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en las materias de Lectura, Matemáticas y Ciencias.

Estas pruebas son muy similares a las de PISA, las competencias escogidas para hacer el estudio son las mismas, pero la edad varía, siendo de quince años todos los adolescentes escogidos para participar en el estudio de PISA. Los resultados tampoco varían apenas los unos de los otros, y es que según este tipo de estudios la educación española está a la cola del ranking europeo.

Es una realidad que España está a la cola en lo que a enseñanza se refiere. Pero, ¿quién es el culpable? Este tipo de estudios hacen evaluación del nivel de aprendizaje y de las habilidades de los estudiantes, pero no se ha hecho ninguna evaluación acerca del sistema de enseñanza español, de cómo ejercen los profesores y qué habilidades y destrezas se requieren para ser profesor en España.

Nadie quita responsabilidad a los estudiantes ante estos datos, pero sí es verdad que desde los primeros cursos los profesores tienen que motivar a los alumnos e impartir metodologías que hagan de cada clase y de cada materia algo atractivo y dinámico. Más aún en las etapas obligatorias de la educación, en la que la forma y las metodologías de dar las clases un profesor pueden llegar a influir mucho en un alumno en la etapa de la niñez o de la adolescencia.

En España, para ser profesor hay que pasar unas oposiciones en las que se evalúa el nivel de conocimiento del profesor respecto a la materia que impartirá en un futuro, pero poco hay acerca de cómo tratar a los alumnos, la psicología que hay que tener con ellos. Y esa es una de las cosas fundamentales para poder impartir una clase como se merece. Saber hacer que a los alumnos les interese la materia que se imparte y saber atender cada caso, porque cada persona requiere unas necesidades.

En un sistema de enseñanza en el que las clases están masificadas, los profesores están sobrecargados de trabajo, y para colmo muy pocos de ellos tienen vocación, el impartir una clase se convierte en poco menos que una locura.

La enseñanza no es solo cosa de los profesores, también los padres y tutores deben educar a los niños desde pequeños a adquirir una responsabilidad y unos deberes. Pero nos encontramos en una sociedad en la que los padres apenas tienen tiempo para dedicarle a los niños y le otorgan toda la responsabilidad al profesorado.

Así pues, nos encontramos en un escenario en el que los profesores no ejercen por vocación y no se sienten en el deber de inculcar los valores de estudio y responsabilidad a los alumnos y en el que los padres apenas pasan tiempo con sus hijos. El saber estudiar y el ser responsable es una cualidad que debe cultivarse desde pequeño con el apoyo tanto de profesores como de tutores, lo cual requiere un tiempo y una dedicación que nadie ofrece a los pequeños. Crecen así los chavales sin haber adquirido esa responsabilidad desde que empezaron a ir al colegio. Los profesores llegan a las clases, dan el temario y se marchan, sin más. Pero luego todos los estudios caen sobre los alumnos.

Me pregunto si el motivo de que España esté de los últimos puestos en todas las materias es sólo cosa de los estudiantes.


viernes, 7 de diciembre de 2012

Tropiezos del hombre y la naturaleza



Japón vuelve a ser el principal escenario que ocupa los espacios mediáticos. Un terremoto ha vuelto a sacudir al país nipón que ha desencadenado en un tsunami , todo hace recordar a la ola gigante que devastó la costa pacífica de este país en marzo de 2.011. Recuerdos que vienen a nuestras cabezas como borrosas imágenes que veíamos todos los días durante un tiempo pero que no llegaban a formar parte de nuestra realidad, de nuestra vida.

Abrimos el periódico y nos volvemos a encontrar como cada mañana montones de noticias que nos afectan, pero que a la vez nos parecen ajenas. Sucesos que a veces resultan ser catástrofes de dimensiones casi inconcebibles. Hechos a los que hemos inmunizado nuestra sensibilidad al oír hablar de destrucción, muertes y desgracias. Todo queda reducido a cifras, nuestro subconsciente absorbe esa información de tal manera que parezca que no va con nosotros, sino con una realidad que queda muy lejana. Pero a pesar de esa coraza en la que nos acomodamos, ante catástrofes de estas magnitudes las personas adquirimos consciencia de lo frágiles que somos.

Dueños del mundo pensamos a veces. Pero cuando la naturaleza así lo quiere, las personas no son más que débiles y quebradizos elementos con los que juega a su antojo. Las leyes del mundo se ensañan aleatoriamente con el ser humano.

Ha llegado el turno de Japón, tras haber despertado de una horrible pesadilla en la que las olas se tragaron los sueños y vidas y de su gente, cuando aún no se han recuperado de las terribles consecuencias del cataclismo de hace más de un año, el destino ha decidido que se produzca un terremoto de 7,3 grados que ha hecho temblar el país. Ciudades enormes como Tokio quedan a la merced de un seísmo, rascacielos gigantes que tiemblan durante unos eternos minutos... Y es que pensamos a veces que somos capaces de controlarlo todo, hasta que llega una fuerza mayor y arrasa lo que parecía indestructible. Las catástrofes medioambientales demuestran una y otra vez la debilidad del hombre frente a la magnificencia de la naturaleza, por mucho que queramos controlar el mundo y romper con algunas leyes naturales los hechos siempre acaban demostrando que no se puede influir en el curso de la vida y que a pesar de todas las tecnologías desarrolladas el hombre es sólo una especie más del planeta.

Y lo más duro de todo, a lo que más nos cuesta hacernos a la idea, es que continuamente vivimos con la incertidumbre de qué será lo siguiente, cómo vendrá y a quién le tocará sufrirlo. Así, sólo queda la espera resignada de que no seamos los siguientes.


martes, 4 de diciembre de 2012

El encanto de la tradición




Al pasear por Sevilla se puede observar que en las calles llenas de gente y alborozo, entre los modernos comercios y grandes superficies, siguen existiendo esas pequeñas tiendas tradicionales que han visto pasar los años ante ellas, cuyos escaparates han reflejado el cambio del tiempo y a los que personas de distintas generaciones se han asomado para admirar tanto sus productos como la decoración y la delicadeza con las que están expuestos.

Un paseo por las tiendas con más encanto de esta ciudad es algo que puede resultar muy enriquecedor para quien cruce las puertas de esos locales y se sumerja en un mundo paralelo al comercio en serie al que estamos acostumbrados. Tiendas que acogen en su interior un especial ambiente de hechizo donde el cliente se puede abstraer un poco a la época pasada de ese lugar.

Decorados singulares y productos originales son los que encontramos en estos típicos comercios que merecen formar parte de las visitas al pasear por la ciudad. Locales camuflados entre las calles en los que si se posa nuestra vista, los productos de estas tiendas llamarán nuestra atención por su elaboración y cuidado, dejando maravillado al público.

Así pues, encontramos establecimientos de todo tipo, como papelerías donde han sabido hacer una pequeña joya del arte de la papelería y la decoración. Comercios que suponen una verdadera mina de inspiración para nuestras labores, donde se ofrece el servicio más personalizado a su clientela, mucha de ella ya asidua. Explican sus propietarios que la forma de superar el paso del tiempo es tener ganas e ilusión. Tiendas que podemos encontrar entre las calles de Santa Cruz, donde turistas pueden hacer un alto en el camino para comprar algún refrigerio, algo para comer, o incluso flores y recuerdos esotéricos. O tiendas abiertas por y para la diversión de los más pequeños, donde el sacrificio es la fórmula para que siga adelante con la misma familia después de más de un siglo de existencia.

Aunque los tiempos cambien, esos comercios conservarán su esencia del primer día, encandilando a todo el que entre y enriqueciendo los sentidos de los clientes. Tiendas llenas de encanto y armonía, que, por mucho que pasen los años, seguro que siguen ahí, para que generación tras generación puedan observar esos escaparates que siempre conservaron la coquetería y la delicadeza de una esencia tradicional.